Anoche asistí a una intensa y emocionante velada donde Andrés Aberasturi nos leyó su libro "Un blanco deslumbramiento", un largo poema dedicado a su hijo con parálisis cerebral. El poema relata el viaje al centro de su dolor (como le incitó José Hierro) en 1980 en el Hospital La Paz, se torna en "vieja cicatriz" y termina "En casa" en 1988. Si antes admiraba a este periodista, ahora me emocionan sus escritos hasta lo indecible...
Fue ella, hijo, fue ella
-y tú en sus brazos
mortal y rosa,
mi niño fieramente ángel,
mi ángel fieramente humano-
fue ella quien se irguió
sin odio
frente a la desgracia
y empezó a caminar plantando cara y alma
a tu destino incierto,
a la muerte feroz equivocada.
Y cruzó la engañosa ciudad
del desamparo. Dejó atrás
los desiertos de la nada.
Atravesó los arecifes de la fácil huida.
Anduvo sin mojarse sobre las aguas
turbias del miedo y la amenaza;
y nunca lloró
teniéndote en los brazos.
Cuando encontró la paz
al fin,
cuando ella y tú os mirasteis
y de aquella mirada
nació la fuerza más grande de la tierra,
entonces
empezó a levantar
para tí,
para todos,
la ciudad de la esperanza.
Pintó los horizontes transparentes,
derribó las murallas,
te hizo caminos nuevos
y llenó las distancias
de puentes y de sombras;
colgó del cielo estrellas
sólo para que tú las vieses
y para ti hizo cierta
la hasta entonces
dudosa luz del alba.
Esta parte del poema habla de su mujer. Pero el poema entero te hace reflexionar y pensar qué hubiera hecho si me hubiera encontrado en parecida situación?
Allí había otros padres con el mismo problema pero la manera de enfrentarse a esa terrible situación parecía distinta.
Emotiva velada, muy emotiva y con el alma a flor de piel.