Hace cuarenta años yo andaba por allí y me siento tremendamente afortunada de haber vivido un hecho tan histórico en directo.
Mi marido tuvo que ir a trabajar ese día pues su empresa se encargaba de los sistemas eléctricos de la torre que sujetaba el cohete y mi madre y yo nos fuimos hasta la orilla del Rio Banana, que se encuentra frente a Cabo Cañaveral, porque desde allí teníamos una vista privilegiada del lanzamiento.
La gente había dormido en la playa porque no
quedaba ni una habitación disponible en varias
millas a la redonda. Se veían tiendas de campaña
por todas partes y todo el mundo se subía al techo
de los coches con sus prismáticos y cámaras de fotos para verlo mejor.
Después de un tiempo, finalmente vimos el cohete levantándose... ¡Fue tan emocionante! Cuando lo vimos con su estela de humo, el hizo un silencio tan profundo que sólo se oía el batir de las olas. Se me erizó el vello de la emoción y, sí, también se me escaparon una lágrimas. En ese preciso momento, me sentí parte de la humanidad.