Fue ella, hijo, fue ella
-y tú en sus brazos
mortal y rosa,
mi niño fieramente ángel,
mi ángel fieramente humano-
fue ella quien se irguió
sin odio
frente a la desgracia
y empezó a caminar plantando cara y alma
a tu destino incierto,
a la muerte feroz equivocada.
Y cruzó la engañosa ciudad
del desamparo. Dejó atrás
los desiertos de la nada.
Atravesó los arecifes de la fácil huida.
Anduvo sin mojarse sobre las aguas
turbias del miedo y la amenaza;
y nunca lloró
teniéndote en los brazos.
Cuando encontró la paz
al fin,
cuando ella y tú os mirasteis
y de aquella mirada
nació la fuerza más grande de la tierra,
entonces
empezó a levantar
para tí,
para todos,
la ciudad de la esperanza.
Pintó los horizontes transparentes,
derribó las murallas,
te hizo caminos nuevos
y llenó las distancias
de puentes y de sombras;
colgó del cielo estrellas
sólo para que tú las vieses
y para ti hizo cierta
la hasta entonces
dudosa luz del alba.
Esta parte del poema habla de su mujer. Pero el poema entero te hace reflexionar y pensar qué hubiera hecho si me hubiera encontrado en parecida situación?
Allí había otros padres con el mismo problema pero la manera de enfrentarse a esa terrible situación parecía distinta.
Emotiva velada, muy emotiva y con el alma a flor de piel.