Un fuerte olor a tierra mojada me despertó de mi ensueño esta mañana mientras las nubes, remolonas y acuciadas por el viento, descargaban lentamente su tesoro de agua.
De pronto, una sola ráfaga furiosa, tal vez cansada de la espera como yo y azotando lo que encontraba a su paso -pájaros, árboles, hojas y personas- hizo caer el preciado líquido en gruesas gotas sobre mi, despejando no sólo mis ideas sino el cielo de nubes y anunciando otro día soleado.
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